Por: Álvaro Armas Bellorín. Cronista oficial de Clarines
Arturito Armas López fue, sin duda alguna, uno de los hombres que mejor pintan la esencia de los verdaderos clarineses. Era alegre, fiestero, trabajador, buena gente, aspirante, creyente, integrado a la comunidad, jugador y eternamente enamorado. Influyó tanto en su tiempo, que resulta imposible escribir la historia de Clarines, en la segunda mitad del silgo XX, sin mencionarlo.
Un día, ya oscureciendo, a Arturito se le ocurrió pedirle a Juvenal Ramírez que le lleve a Lastenia un papelito escrito por él, donde le decía que estaba resuelto a irse con ella y que lo esperara de 8 a 8 y media de esa noche en la casa de La Negra Coa, donde otras veces ya se habían citado. Juvenal Ramírez era un joven conocido por todos; era ocurrente, simpático, colaborador y además trabajaba como ayudante en el matadero municipal, de modo que hasta cierto punto, se podía decir que Juvenal era alguien en el cual se podía confiar, sin embargo Arturito debió tener alguna que otra reserva, pues en el momento en que le entrega la cartica, le exige y le reitera que tenga mucho cuidado con ese asunto y agrega: “ni una sola palabra de esto a nadie, estamos claros?” a lo que Juvenal contestó con tan pasmosa contundencia, que de ipso facto borró en la mente del enamorado, toda sospecha de que, o era medio turulato o adolecía de lo que llamaban distracción: “no se preocupe señor Arturito, y deme acá ese papel, yo soy más seguro que un candado Yale” y con la misma salió silbandito y presuroso con ganas de embolsillarse los cincuenta céntimos, que le habían ofrecido, mientras que Arturito lo seguía fijamente con la mirada, sin dejar de pensar en la frase metafórica con la que el joven garantizaba su cordura y la confiabilidad de sus servicios. Y si a ver vamos, había razones suficientes para que Arturito se sintiera tranquilo con aquellas palabras, toda vez que, en aquel Clarines de 1940, la fama de la marca Yale, era conocida, hasta en los más apartados rincones, como lo más costoso, lo más duradero y lo más seguro que había en candado.
El emisario subió por la San Antonio rumbo a la calle Retumbo, hoy Carabobo, donde al principio de ella, al frente de la casa de balcón de Eliodoro García Domínguez, vivía la familia Ramos, pero al pasar por el frente de la Botica Central, su dueño Marcos García Sifontes, que en ese momento estaba en la puerta del negocio, le preguntó: “caramba Juvenal para dónde vas tan contento” a lo que el joven respondió sin pensarlo dos veces: “voy donde las Ramos a ver si veo a Lastenia, porque esta noche a las 8, el señor Arturito se la va a 'sacar' y aquí le llevó la receta de su puño y letra”.
Desde entonces y hasta el día en que murió, a Juvenal
Ramírez lo llamaron en Clarines, candado Yale.
Me encantan esas historias!!! La negra Coa no era ese personaje que hablaba papá que caminaba por el medio de las calles de clarines?
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